Samanta Schweblin

Un animal fabuloso

Autor: Samanta Schweblin

Publicado en: El buen mal (2025)

En “Un animal fabuloso”, cuento de Samanta Schweblin publicado en el libro El buen mal (2025), una arquitecta argentina llamada Leila, que vive en Lyon, recibe una llamada telefónica inesperada. Al otro lado de la línea está Elena, una amiga con la que compartió una estrecha relación años atrás en Buenos Aires, y con quien no hablaba desde hacía dos décadas. Elena le anuncia que está enferma y que no le queda mucho tiempo. No quiere hablar de sí misma, sino de su hijo Peta, que murió cuando tenía solo siete años. Leila fue testigo de aquella noche, y la última persona que estuvo a solas con el niño.

Mientras hablan, Leila rememora con precisión los detalles de aquella visita. Recuerda su llegada a la casa de Elena y su esposo Alberto, el recibimiento cálido, la armonía del hogar, y la imagen perturbadora de un caballo exhausto atado a un carro, que había visto desde el taxi apenas unas horas antes. Esa imagen volverá al final del cuento, cargada de significado.

Peta era un niño excéntrico, sensible y sorprendentemente lúcido. Había creado un cielo de constelaciones en el techo de su habitación, usaba un disfraz brillante hecho por él mismo y, en su conversación con Leila, le confesó su mayor deseo: no quería ser arquitecto, ni humano, quería convertirse en un caballo. Leila, conmovida, se dejó arrastrar por el juego. Juntos simularon caminar como caballos, con los ojos cerrados y los brazos extendidos, incluso subiendo a lugares altos. En un momento, Peta se subió a una viga para practicar en altura. Después, Leila recuerda haberlo dejado, pero no puede precisar si lo acostó o no.

Durante la cena, un ruido los sobresalta: Peta ha caído desde la cornisa del primer piso, probablemente mientras continuaba el juego en soledad. Leila llama a la ambulancia, pero no logra volver al patio. Sale de la casa, cruza la puerta, y se queda fuera, paralizada. Allí, en la calle, se encuentra con un caballo herido, echado en el asfalto como si también hubiera caído de alguna parte. Se arrodilla junto a él, lo abraza, le habla. Ese momento —íntimo, simbólico, inexplicable— une su memoria con la pérdida del niño.

La ambulancia se lleva a Peta, los padres lo acompañan, y Leila se queda sola. A partir de entonces, nunca vuelven a hablar. A la distancia, ella se hace cargo del caballo durante un tiempo, lo traslada a unas caballerizas, hasta que su verdadero dueño lo reclama y se lo lleva.

En el presente, durante la llamada, Elena no busca explicaciones, solo quiere escuchar algo más sobre su hijo. Finalmente le hace una pregunta inesperada: “¿Dónde está el caballo?”. Leila, sin saber qué decir, le da una respuesta simbólica. Del otro lado, Elena abre el ventanal hacia el patio de su casa y dice: “Tengo todo. Todo está acá listo”. La conversación termina ahí, suspendida entre el recuerdo y una forma de consuelo imposible, pero necesario.

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