Argumento
En Nos han dado la tierra, cuatro campesinos caminan durante horas bajo el sol por una extensa y árida llanura que el gobierno les ha entregado como parte de una reforma agraria. Mientras avanzan, recuerdan cómo intentaron explicar al delegado que esa tierra no sirve para sembrar: está seca, sin agua ni vegetación. Sin embargo, no fueron escuchados. La caminata por el llano seco, sin sombra ni esperanza, refleja la inutilidad de la tierra y el abandono por parte del Estado. Al llegar cerca del pueblo, el paisaje cambia y ofrece signos de vida, pero la tierra que les dieron queda atrás, en el llano muerto. La historia retrata la decepción de los campesinos, que han recibido un pedazo de país que no les permite sobrevivir.

Resumen de Nos han dado la tierra de Juan Rulfo
Cuatro hombres —Melitón, Faustino, Esteban y el narrador, cuyo nombre no se menciona— caminan bajo el sol ardiente por una extensa y árida llanura. Llevan horas andando sin encontrar sombra, vegetación ni agua. El calor es abrasador y el terreno está rajado, seco, sin señales de vida. El pueblo todavía está lejos, aunque ya se escuchan en la distancia los ladridos de los perros y se perciben olores que anuncian presencia humana. El viento que viene del pueblo arrastra esos indicios de vida, y en medio de la desolación eso representa un tenue hilo de esperanza.
El grupo camina en silencio; el calor les ha quitado las ganas de hablar. Solo en ocasiones hacen breves comentarios, como cuando alguien observa una nube que pasa por encima y cree que puede llover. Pero solo cae una gota, que la tierra seca absorbe de inmediato. El narrador menciona que antes eran veintitantos, pero poco a poco se han ido dispersando, hasta quedar solo ellos cuatro. El camino se hace pesado, y lo poco que hay —algún arbusto raquítico, alguna lagartija— parece esconderse también del sol.
Mientras caminan, el narrador recuerda cómo llegaron a estar allí. Esa llanura que atraviesan les fue asignada como parte de una entrega de tierras. Un delegado del gobierno llegó con papeles y les informó que el llano era ahora suyo: «Del pueblo para acá es de ustedes», les dijo. Ellos intentaron protestar, diciendo que esa tierra no les servía, que era estéril, que lo que necesitaban eran las tierras fértiles cercanas al río, donde crecen árboles y se puede sembrar. Pero el delegado no los escuchó. Les entregó los documentos sin aceptar objeciones y se fue. No les dio opción de diálogo, solo les advirtió que no atacaran al Gobierno y que, si tenían reclamos, los hicieran por escrito.
La tierra que les dieron no tiene agua ni árboles. Es dura como piedra. El narrador describe el lugar como una costra de tepetate, una superficie imposible de arar. Los hombres sienten que no podrán hacerla producir nada. Tampoco tienen ya los caballos ni las carabinas que antes llevaban: también se las han quitado. Eso los deja más desprotegidos y vulnerables, obligados a cruzar ese territorio desolado a pie, cargando lo poco que les queda.
Melitón comenta que quizás la tierra servirá de algo, «aunque sea para correr yeguas», pero Esteban le responde con escepticismo: no hay yeguas, ni posibilidades. El narrador, en silencio, piensa que lo que Melitón dice no tiene sentido, que seguramente el calor le ha afectado la cabeza. Esteban, por su parte, lleva una gallina oculta bajo el gabán. Cuando el narrador le pregunta por ella, Esteban explica que la trae desde su casa porque nadie quedó allá para cuidarla. La gallina parece somnolienta por el encierro, y Esteban la saca al aire un momento.
Cuando llegan a una pendiente, se colocan en fila para bajar. Al descender, la tierra comienza a cambiar: hay más polvo, árboles a lo lejos, incluso el vuelo de aves. Se oye con más claridad el ruido del pueblo, que el viento trae consigo. Esta parte del camino, aunque polvorienta, es más llevadera. Después de haber caminado por once horas sobre la dureza del llano, la sensación del polvo y la cercanía de otras formas de vida les resulta casi agradable.
Al acercarse al pueblo, Esteban vuelve a acomodar a su gallina, le desata las patas y se aparta del grupo, anunciando que se va por otro lado. El resto sigue caminando, adentrándose un poco más en el pueblo. La tierra que les han dado, reflexiona el narrador, ha quedado allá arriba, en el llano estéril y calcinado, que ahora saben no podrá ofrecerles nada.
Juan Rulfo – Nos han dado la tierra
Personajes de Nos han dado la tierra de Juan Rulfo
El narrador del cuento es también uno de los personajes centrales. Aunque no se menciona su nombre, su voz domina el relato en primera persona. Es reflexivo, observador, y a través de sus pensamientos conocemos no sólo los hechos, sino también el estado anímico del grupo. Su mirada sobre el entorno es crítica, pero contenida. No lanza proclamas ni se rebela abiertamente; en cambio, deja que los hechos hablen por sí mismos, con una resignación que resulta más dolorosa que el enojo. Este personaje muestra una conciencia lúcida sobre la realidad que los rodea. Percibe lo absurdo de la situación —la entrega de tierras infértiles como si fuera una solución— y también nota la pérdida de poder que han sufrido: antes tenían caballos, armas; ahora solo les queda caminar bajo el sol, sin siquiera una sombra donde resguardarse. Es el único que no expresa verbalmente su descontento, pero todo lo que piensa está cargado de escepticismo y desencanto. En él se concentra la voz colectiva del campesinado que, pese a su claridad, no encuentra espacio para hacerse oír.
Melitón es otro de los cuatro campesinos que caminan por el llano. Es el más locuaz del grupo, y el único que se atreve a expresar abiertamente lo que otros apenas piensan. Su frase «Ésta es la tierra que nos han dado» resume el desconcierto y la aceptación de una realidad absurda. Habla, pero no porque tenga certezas, sino como una forma de sobrellevar el sinsentido. Su comentario irónico de que «servirá aunque sea para correr yeguas» refleja su intento de encontrar algún valor simbólico en un lugar que no tiene utilidad real. No parece realmente convencido, y su insistencia en repetir ciertas frases da la sensación de que está tratando de convencerse a sí mismo. El narrador sugiere que quizás el calor le ha afectado la cabeza, pero en realidad, Melitón encarna esa voz popular que trata de dar sentido a lo que no lo tiene, aun sabiendo que probablemente no hay nada que rescatar.
Faustino es un personaje menos desarrollado en términos de acciones y palabras, pero su presencia aporta a la representación colectiva del grupo. Solo pronuncia una frase, al comienzo del cuento, cuando mira una nube negra y dice «Puede que llueva». Esta observación sencilla, que podría parecer trivial, tiene un valor simbólico importante: expresa un deseo reprimido, una esperanza que no se atreve a sostenerse. Al igual que la gota de agua que cae del cielo y desaparece en la tierra reseca, la intervención de Faustino es breve y se diluye, como sus ilusiones. En el resto del relato, permanece callado, siguiendo la marcha como los demás, compartiendo la misma fatiga y desilusión.
Esteban es el cuarto integrante del grupo y el único que introduce un elemento personal y emotivo a la historia: lleva escondida una gallina bajo el gabán. Este detalle, aparentemente insignificante, lo singulariza dentro del grupo. La gallina representa para él algo más que un animal: es un vínculo con su casa, con su vida pasada, con lo que ha dejado atrás. Dice que la lleva porque su casa se quedó sola, y no tenía quién la cuidara. A diferencia de los otros, él carga con algo vivo, frágil, inútil quizás, pero entrañable. Al final del cuento, cuando el grupo se acerca al pueblo, Esteban se aparta con su gallina, tomando un rumbo distinto. Esta acción sugiere una búsqueda de sentido propio, una necesidad de preservar lo poco que queda de su mundo, aunque sea una gallina. Su figura introduce una nota más íntima y silenciosa de resistencia frente al abandono.
Los personajes secundarios, aunque no aparecen en la caminata final, están presentes en los recuerdos y las voces del pasado reciente. El delegado del gobierno es uno de ellos. No tiene nombre propio, pero su papel es determinante: es quien representa al poder institucional que impone decisiones sin escuchar a quienes las sufren. Su diálogo con los campesinos es seco, cortante, autoritario. No quiere oír razones. Les entrega el papel que certifica la entrega de la tierra y se marcha. La escena revela la indiferencia de la burocracia estatal frente a la realidad concreta de los campesinos. También se menciona al grupo mayor de veintitantos hombres que comenzó la caminata, pero que se fue dispersando. Aunque no se describe a ninguno en particular, su mención refuerza la idea del aislamiento y la fragmentación del grupo original, una metáfora del abandono colectivo.
Análisis literario de Nos han dado la tierra de Juan Rulfo
¿A qué género y subgéneros pertenece Nos han dado la tierra de Juan Rulfo?
El cuento «Nos han dado la tierra», de Juan Rulfo, pertenece al género narrativo, que es aquel en el que un narrador relata una historia protagonizada por personajes que viven una serie de acontecimientos en un determinado espacio y tiempo. Dentro de este género amplio, la obra se inscribe específicamente en el subgénero del cuento, por su brevedad, su estructura condensada y su enfoque centrado en una situación específica, sin desarrollo extenso de múltiples tramas ni una gran evolución de personajes. Todo el relato se articula alrededor de una única experiencia compartida: la entrega de una tierra estéril a un grupo de campesinos.
A su vez, el cuento puede adscribirse a dos subgéneros temáticos principales. Por un lado, se encuadra dentro de la llamada literatura de la tierra o literatura rural, ya que su trama gira en torno al mundo campesino, la vida agraria, y las relaciones de poder asociadas al reparto y posesión de la tierra. En este sentido, el texto se sitúa dentro de una corriente narrativa que reflexiona sobre el campo mexicano, pero lo hace desde una perspectiva distinta a la del costumbrismo o el realismo tradicional. Rulfo no idealiza al campesino ni lo retrata con romanticismo: lo presenta inmerso en una realidad árida, tanto en lo físico como en lo existencial, marcada por el abandono, el silencio y la desilusión.
Por otro lado, el cuento también puede entenderse dentro del subgénero de la narrativa social o comprometida, ya que expone con claridad una situación de injusticia estructural: campesinos sin recursos son «dotados» con tierras infértiles, a través de una política que más que reparar una desigualdad, la perpetúa bajo nuevas formas. La historia da cuenta de los efectos reales de una reforma agraria fallida, en la que el poder centralizado entrega papeles y discursos en lugar de soluciones efectivas. Sin embargo, lo hace sin caer en el panfleto político o la denuncia directa; la crítica está presente de forma implícita, contenida en los diálogos, en el paisaje y en la actitud resignada de los personajes.
Finalmente, si bien el cuento se sustenta en una realidad concreta —el campo mexicano de mediados del siglo XX—, su tono y tratamiento permiten también vincularlo con una narrativa de corte existencial, en la que los personajes, enfrentados a un mundo hostil, buscan un sentido o un rumbo que no logran encontrar. La llanura vacía y calcinada no es solo un espacio geográfico, sino también una metáfora de la desesperanza, del abandono, del sinsentido que pesa sobre quienes caminan por ella.
¿En qué escenario se desarrolla la historia?
La historia de «Nos han dado la tierra» se desarrolla en un escenario profundamente árido y desolado: una extensa llanura seca, resquebrajada por el sol, sin árboles, sin agua y sin señales de vida. Este lugar, denominado simplemente como el Llano Grande, es mucho más que un simple espacio físico; es un elemento central del relato, cargado de simbolismo y significado. Desde el comienzo, el narrador insiste en su inutilidad: no hay vegetación ni sombra, ni siquiera una raíz o una semilla que permita imaginar que alguna vez algo pudo crecer allí. El suelo es tan duro que parece una costra de piedra, un terreno muerto que ni siquiera puede ser abierto con un arado.
Este llano calcinado por el sol está delimitado apenas por las sombras lejanas de unos cerros, y en lo inmediato no ofrece más que polvo, grietas y un calor que vuelve difícil incluso hablar. El narrador y sus compañeros caminan durante horas, sin encontrar más compañía que unas lagartijas que se esconden rápidamente al sentir el ardor del sol. El llano, entonces, no solo representa un lugar sin vida, sino también una metáfora del abandono y la desesperanza: una tierra que ha sido entregada, pero que no sirve para vivir ni para sembrar. El relato está inmerso en ese paisaje hostil, y el entorno condiciona por completo la experiencia de los personajes. Caminar por él es un acto que los desgasta física y emocionalmente.
Solo al final del cuento, cuando los personajes descienden una barranca hacia el pueblo cercano, el paisaje cambia ligeramente. Aparecen árboles, hay polvo pero también vegetación, se oyen los ladridos de los perros, el canto de las chachalacas, y el aire parece traer consigo los sonidos y olores de la vida humana. Este contraste acentúa aún más la esterilidad del llano. Mientras que abajo, junto al río, hay indicios de fertilidad y asentamiento, arriba queda la tierra que se les ha asignado: el comal caliente donde, como dice el narrador, «nada se levantará».
Así, el escenario de la historia está marcado por la oposición entre la tierra infértil del llano y la promesa siempre lejana de una tierra fértil junto al río. El primero es el espacio real, impuesto por las autoridades, y el segundo es el espacio deseado, inalcanzable. A lo largo del cuento, el paisaje no es un mero fondo pasivo, sino un protagonista silencioso que impone su presencia en cada paso, en cada silencio y en cada palabra de los personajes.
¿Quién narra la historia?
La historia «Nos han dado la tierra» está narrada en primera persona por uno de los cuatro campesinos que caminan a través del llano. Este narrador es también personaje, protagonista del relato, y desde su perspectiva se nos presentan tanto los hechos visibles como sus pensamientos más íntimos. Esta elección narrativa permite al lector adentrarse no solo en lo que sucede externamente —el calor, el silencio, la caminata, la tierra entregada— sino también en el estado emocional y reflexivo del personaje. La voz del narrador es directa, sobria y contenida, pero cargada de matices: revela una visión crítica del mundo, marcada por la resignación y el desencanto.
El narrador no da su nombre, ni nos ofrece una historia personal. Lo conocemos solamente por su forma de observar, de pensar, de guardar silencio o de recordar lo que ocurrió en el momento de la entrega de tierras. Esta falta de información individual refuerza su condición de portavoz colectivo. Él habla por sí mismo, pero también por los otros tres compañeros que lo acompañan y, en un sentido más amplio, por todos los campesinos que han vivido situaciones similares. Su narración está cargada de imágenes precisas, frases cortas, silencios elocuentes, y pensamientos que muchas veces no se verbalizan, pero que dejan ver su desconfianza y su desencanto hacia las promesas del poder.
A través de este narrador, Juan Rulfo construye una perspectiva cercana y humana, donde el lector no sólo observa, sino que experimenta junto a los personajes la sequedad del paisaje, el peso del calor, la fatiga del cuerpo y la inutilidad de la tierra recibida. La primera persona narrativa actúa aquí como un vehículo de intimidad y de verosimilitud: la historia no se cuenta desde fuera, sino desde dentro, desde los pies que caminan sobre la tierra reseca y los ojos que no encuentran horizonte. Esta elección narrativa no solo refuerza el tono sobrio y contenido del cuento, sino que también permite transmitir, con profundidad, la vivencia de la frustración rural en el México de la posrevolución.
¿Qué temas desarrolla la historia?
Uno de los temas centrales que Juan Rulfo desarrolla en «Nos han dado la tierra» es el de la desilusión frente a la reforma agraria. El cuento muestra, con sobriedad y profundidad, cómo una medida que en apariencia busca hacer justicia social —la entrega de tierras a campesinos— puede convertirse en una forma encubierta de abandono y exclusión. A los protagonistas se les ha otorgado una porción de tierra, pero no cualquier tierra: se trata de un extenso llano seco, estéril, sin agua ni árboles, donde nada puede crecer. Esta entrega, presentada por el delegado como un acto generoso del Gobierno, es en realidad una simulación de justicia. No responde a las necesidades reales de los campesinos, ni les garantiza una vida digna. El reparto de tierras, lejos de ser una solución, aparece como un gesto burocrático, indiferente y distante, que carga a los campesinos con una parcela inútil y los deja solos ante su destino.
Otro tema fundamental es el de la desconexión entre el poder y el pueblo. Esta distancia se manifiesta claramente en la escena en que el delegado les entrega los papeles. No hay diálogo posible. Cuando los campesinos intentan explicar que esa tierra no sirve, que está «deslavada» y es como piedra, el funcionario no los escucha. Les impone la resolución sin atender sus razones. Este episodio ilustra con claridad cómo el poder institucional se relaciona con los sectores marginados desde una lógica autoritaria, sin voluntad real de escucha ni de comprensión. La administración pública aparece como una fuerza sorda, impersonal, que entrega discursos en lugar de soluciones. El delegado actúa como un engranaje más del sistema, ejecutando órdenes sin evaluar sus consecuencias humanas. Así, el cuento denuncia de manera implícita el fracaso de ciertas políticas sociales que, aunque formuladas en nombre del pueblo, se aplican sin contacto alguno con la realidad.
El abandono y la marginación del campesino es otro tema que recorre toda la obra. Los personajes que caminan por el llano no solo están físicamente aislados, sino también social y políticamente desplazados. Se los ha despojado de lo poco que tenían: antes iban a caballo y portaban carabinas, pero ahora caminan a pie, sin armas, sin protección, sin medios para defenderse o desplazarse dignamente. No tienen acceso a tierras fértiles ni a agua, y tampoco a instancias donde puedan hacer oír sus quejas. Son figuras que representan la exclusión persistente de los sectores rurales, incluso después de la Revolución, cuando se suponía que el campesino debía ocupar un lugar central en la nueva estructura social.
La infertilidad de la tierra funciona como una poderosa metáfora de la esterilidad de las promesas del Estado. El llano que se les entrega no solo está seco en términos geográficos, sino que simboliza la imposibilidad de generar vida, futuro, estabilidad. La tierra prometida, que debería ser sustento y esperanza, se convierte en un terreno muerto que no sirve ni para criar animales ni para sembrar maíz. Esta metáfora se extiende a lo largo del cuento y alcanza un clímax en el pensamiento del narrador: «Nada se levantará de aquí. Ni zopilotes.» La frase subraya la profundidad del desencanto, el reconocimiento de que no hay posibilidad de recuperación ni de reconstrucción en un espacio tan árido como el que han recibido.
También está presente el tema de la resignación silenciosa, que impregna todo el relato. A lo largo de la caminata, los personajes hablan poco. El calor, el cansancio y el vacío del paisaje los vuelven silenciosos. Incluso el narrador, que reflexiona constantemente, lo hace en su interior. Esa contención emocional refuerza el efecto de desesperanza. No hay quejas ruidosas ni actos de rebeldía. Solo el caminar constante, la aceptación de lo dado, el intento de seguir adelante aunque todo apunte al fracaso. Este silencio no significa sumisión pasiva, sino una especie de sabiduría amarga, una forma de enfrentar el dolor cuando ya no se espera nada.
Finalmente, el cuento introduce con sutileza el tema de la resistencia íntima. Aunque todo en el entorno parece empujar a los personajes al olvido y la pérdida, hay gestos pequeños que indican una voluntad de preservar lo propio. La gallina que lleva Esteban es uno de esos símbolos. No sirve de nada en ese llano, y sin embargo él la carga, la protege, le sopla aire para que no se ahogue, y cuando llegan al pueblo, se aparta con ella. Esa gallina representa un resto de humanidad, de vínculo, de pertenencia. Es un acto mínimo, pero significativo, que sugiere que aún en medio de la aridez total, el individuo puede mantener una chispa de afecto, de memoria o de identidad.
¿Qué estilo de escritura emplea el autor?
El estilo que emplea Juan Rulfo en «Nos han dado la tierra»es sobrio, contenido y profundamente sugestivo. Se caracteriza por una economía de palabras que no sacrifica profundidad, sino que, por el contrario, intensifica el efecto emocional y simbólico del relato. La prosa es directa y llana, con frases breves, a menudo cargadas de silencios implícitos y pausas que marcan un ritmo lento, acorde con la caminata fatigada de los personajes. No hay ornamentación ni grandilocuencia: el lenguaje de Rulfo reproduce el habla y el pensamiento del campesino, pero lo hace de forma cuidada, con una cadencia que refleja la sequedad del paisaje y la resignación de los protagonistas.
Una de las técnicas más destacadas en este cuento es el uso de la narración en primera persona, que permite una inmersión directa en la conciencia del personaje narrador. Esta técnica da al texto una intimidad particular: el lector no solo observa la realidad externa, sino que accede a las reflexiones internas, muchas veces silenciosas, del narrador. Se trata de una voz que piensa más de lo que dice, que observa el mundo con lucidez pero sin gritar, que transmite su descontento a través de gestos mínimos y pensamientos breves. Esta interiorización es fundamental para construir el tono del relato, que está cargado de una melancolía contenida, de un desencanto que nunca se convierte en protesta abierta, pero que atraviesa cada línea.
Rulfo emplea también una técnica de descripción del paisaje que va más allá de lo visual, convirtiendo el entorno en una extensión emocional de los personajes. El llano seco, la ausencia de sombra, la única gota de agua que se evapora, la tierra que no retiene ni el viento: todo en el paisaje refleja el estado interno de los protagonistas. No se trata solo de describir un lugar geográfico, sino de convertir ese lugar en símbolo. Así, el espacio narrativo no es neutro: participa activamente del sentido del cuento. El paisaje y el ánimo de los personajes están profundamente ligados, como si la tierra misma hablara de su abandono, de su imposibilidad.
Otra técnica importante es el uso de los diálogos breves y fragmentarios, que aparecen intercalados con las reflexiones del narrador. Estos diálogos no buscan avanzar una acción dramática, sino revelar el agotamiento de los personajes, su modo de relacionarse con un mundo hostil. Hablan poco, y cuando lo hacen, sus palabras parecen surgir más del hábito que de una expectativa real de ser escuchados. Los silencios entre una frase y otra dicen tanto como las palabras. Este manejo del diálogo refuerza la sensación de vacío, de distancia, de incomunicación que domina el relato.
El cuento también se apoya en una estructura narrativa lineal, sin saltos temporales ni giros complejos. La historia transcurre durante una caminata que comienza al amanecer y termina al llegar al pueblo, al anochecer. Esta progresión cronológica refuerza la idea de un recorrido no solo físico, sino también simbólico: desde la esperanza inicial, aún tenue, hasta la confirmación final de que la tierra que les han dado es inútil. La estructura, por tanto, acompaña el movimiento de la experiencia vivida por los personajes, y cada etapa del camino revela una faceta distinta de su desilusión.
Finalmente, Rulfo hace uso de una técnica muy suya: la sugerencia narrativa. No lo dice todo. Deja huecos, insinúa, deja que el lector complete lo que falta. Esta técnica no es resultado de omisión descuidada, sino de una escritura deliberadamente contenida. El sentido profundo de lo que se narra —la crítica social, la frustración, la ironía amarga— no se expone de manera explícita, sino que se filtra a través del tono, del ritmo, de la mirada del narrador. Esa forma de sugerir más que declarar hace que el cuento adquiera una densidad emocional y simbólica que va mucho más allá de sus pocas páginas.
Guía de lectura: ¿Para qué edades sería recomendado el cuento Nos han dado la tierra de Juan Rulfo?
«Nos han dado la tierra» es un cuento que, por la complejidad de sus temas y la sutileza de su estilo, está recomendado principalmente para lectores a partir de la adolescencia, idealmente desde los 15 o 16 años en adelante. Aunque su extensión es breve y su lenguaje es aparentemente sencillo, el texto requiere de cierta madurez lectora para captar el fondo de lo que narra. No se trata de una historia de acción ni de eventos dramáticos evidentes; su riqueza está en lo que sugiere, en lo que calla, en la forma en que el lenguaje y el paisaje expresan un sentimiento de abandono colectivo. Por eso, lectores más jóvenes o con menos experiencia literaria podrían no captar completamente el sentido profundo del cuento.
La obra es especialmente recomendable para estudiantes de educación media superior o nivel universitario, ya que permite abordar temas clave como la reforma agraria, la desigualdad social en el campo mexicano, y la crítica implícita a las políticas gubernamentales que no responden a las necesidades reales del pueblo. También es un excelente punto de partida para analizar aspectos estilísticos de la narrativa de Juan Rulfo, como el uso del narrador en primera persona, la contención emocional, la simbología del paisaje y el valor del silencio. Además, el cuento invita a reflexionar sobre la dignidad, la resistencia pasiva y la relación entre el ser humano y la tierra.
En el ámbito de la formación literaria, el cuento puede ser muy útil tanto en cursos de literatura latinoamericana, lengua y literatura, como en espacios de discusión sobre historia social y realismo literario. Aunque puede leerse a nivel superficial como una caminata por un territorio inhóspito, su verdadera profundidad se revela cuando se examina el contexto histórico en el que fue escrito y el modo en que se representa la experiencia campesina en el México de mediados del siglo XX.