Samanta Schweblin

El Superior hace una visita

Autor: Samanta Schweblin:

Publicado en: El buen mal (2025)

En “El Superior hace una visita”, cuento de Samanta Schweblin publicado en el libro El buen mal (2005), una mujer dirige una residencia para personas con trastornos psiquiátricos leves. El lugar es modesto, algo apartado, con edificios sobrios y un equipo de trabajo reducido. La rutina transcurre sin grandes sobresaltos, sostenida por una aparente estabilidad. Todo se altera cuando llega el anuncio de una visita inusual: “el Superior”, una figura jerárquica de la institución, vendrá al día siguiente. Aunque pocos lo conocen en persona, su nombre genera una inquietud inmediata. No se sabe con certeza qué busca, pero todos presienten que su presencia traerá consecuencias.

La directora se prepara para recibirlo. Ordena su oficina, repasa procedimientos, y trata de anticipar preguntas. No hay razones objetivas para preocuparse, pero la expectativa general se torna densa. El Superior llega puntual, en un vehículo oficial. Viste ropa discreta, habla con cortesía, y no adopta gestos autoritarios. Sin embargo, su sola presencia altera la dinámica del lugar: el personal se mueve con rigidez, los internos están más atentos, y todo adquiere un tono de vigilancia silenciosa.

El Superior solicita recorrer las instalaciones. La directora lo acompaña por los salones, las habitaciones y el comedor. Él observa, formula pocas preguntas, y registra detalles mínimos: los hábitos de alimentación, la medicación, los horarios. Habla poco, pero sus silencios se vuelven más significativos que sus palabras. En uno de los patios, un interno se le acerca espontáneamente. Lo saluda con confianza, lo llama por su nombre, como si ya se conocieran. El Superior le responde con un gesto cordial. La directora, desconcertada, se pregunta si el vínculo entre ellos es real o producto de la fantasía del paciente.

En su despacho, el Superior felicita a la directora por el estado general del centro. Habla con calma, sin hacer comentarios críticos ni dar explicaciones precisas. Luego le entrega una carpeta para que revise con tranquilidad más tarde. Se despide de forma cortés y se retira. Su visita ha sido breve, y aunque no ha expresado objeciones, deja tras de sí una atmósfera de tensión que no se disipa.

Una vez que se va, el ambiente no se relaja. La directora, sola en su oficina, abre la carpeta. Encuentra allí un informe, algunas notas y una orden: uno de los internos debe ser trasladado a una unidad más estricta. La decisión ya está tomada. Solo falta su firma. El paciente en cuestión es el mismo que había saludado al Superior con familiaridad. Ella revisa el expediente. No encuentra razones médicas urgentes ni antecedentes graves. El hombre es tranquilo, sociable. No representa un peligro. Y, sin embargo, algo en el gesto del Superior, en su silencio, sugiere que no es un error. La mujer vuelve a leer el informe. Nada en los papeles le ofrece una explicación clara. Mira la hoja en blanco donde debe firmar. Tiene la lapicera en la mano. La escena es mínima, contenida, pero cargada de tensión: en ese gesto pendiente se condensa una decisión que no le pertenece del todo, pero que deberá asumir. El cuento termina allí, en ese momento suspendido, cuando comprende que algo irreversible está por suceder, y que ya no hay forma de evitarlo.

This post is also available in: English (Inglés)

Te puede interesar:

  • Samanta Schweblin: La mujer de Atlántida. Resumen
  • Samanta Schweblin: El ojo en la garganta. Resumen
  • Samanta Schweblin: William en la ventana. Resumen
  • Samanta Schweblin: Un animal fabuloso. Resumen