Edgar Allan Poe: El gato negro. Resumen y análisis de personajes

Ficha bibliográfica

Edgar Allan Poe - El gato negro
  • Autor: Edgar Allan Poe
  • Título: El gato negro
  • Título original: The Black Cat
  • Publicado en: The Saturday Evening Post, 19 de agosto de 1843

Argumento

En el cuento «El gato negro», de Edgar Allan Poe, un hombre condenado a muerte decide confesar los hechos que lo llevaron a ese destino. Relata cómo, siendo joven, era amable y afectuoso, especialmente con los animales. Sin embargo, tras caer en el alcoholismo, su carácter cambia radicalmente: se vuelve irritable, violento y cruel. Su mascota favorita, un gato negro llamado Pluto, fue la primera víctima de sus abusos. Primero lo mutila y luego lo ahorca. Poco después, encuentra otro gato casi idéntico, cuya presencia lo atormenta y lo vuelve loco. En un arrebato de furia, intenta matarlo, pero su mujer lo detiene y él termina asesinándola con un hacha. Para ocultar el crimen, empareda el cadáver en el sótano. Días después, la policía inspecciona la casa. El narrador, confiado, los acompaña, pero un maullido tras la pared del sótano delata el escondite. Al derribar el muro, encuentran el cuerpo y, sobre él, el gato que lo ha llevado a la perdición.

Edgar Allan Poe - El gato negro

Resumen de El gato negro, de Edgar Allan Poe

El cuento «El gato negro», de Edgar Allan Poe, publicado en 1843, es una intensa y perturbadora confesión de un hombre condenado a muerte que, en su última noche con vida, decide relatar los sucesos que lo llevaron a ese destino. A través de una narración en primera persona, el protagonista desgrana los horrores que marcaron su vida, sumergiéndonos en una espiral de violencia, culpa, locura y perversidad.

Desde niño, el narrador se distinguía por su carácter amable y por sentir un afecto especial hacia los animales. Esa sensibilidad se mantuvo durante su juventud, y al casarse encontró en su esposa una compañera que compartía su amor por las mascotas. En su hogar convivían aves, peces, un perro, un mono, conejos y, sobre todo, un gato negro de gran tamaño e inteligencia excepcional al que llamaban Pluto. El vínculo entre el protagonista y el gato era profundo; el animal lo seguía por toda la casa y parecía entenderlo mejor que cualquier otro ser.

Sin embargo, con el tiempo, el narrador cayó víctima del alcoholismo, lo que transformó radicalmente su carácter. Se volvió irritable, violento y cruel, incluso con su esposa y sus animales. Aunque al principio se contenía de maltratar a Pluto, finalmente, en un arrebato de furia provocado por una leve mordedura, le arrancó un ojo con un cortaplumas. El gato sobrevivió a la mutilación, pero se volvió temeroso y distante. Movido por un impulso perverso, el narrador decidió colgarlo de un árbol, aun siendo consciente del amor que el animal le había profesado y del pecado atroz que estaba cometiendo.

La misma noche del crimen, la casa del narrador se incendió. Aunque él, su esposa y un sirviente lograron escapar, lo perdieron todo. Al visitar las ruinas, el narrador encontró en una de las paredes sobrevivientes una impresión escalofriante: la figura de un enorme gato con una soga al cuello, como si estuviera grabada en bajorrelieve. Intentó explicárselo racionalmente —atribuyéndolo a una coincidencia química entre el cadáver del animal, la cal viva y el fuego—, pero la imagen no lo dejaba en paz.

Poco después, en una taberna, encontró un gato negro muy parecido a Pluto, salvo por una mancha blanca en el pecho. El animal lo siguió hasta su casa, se instaló con naturalidad y se ganó rápidamente el afecto de su mujer. Al principio, el narrador intentó aceptarlo, pero pronto desarrolló hacia él un odio visceral. La persistencia del gato en buscar su compañía, su semejanza con Pluto y el descubrimiento de que también había perdido un ojo alimentaron una creciente aversión. Para colmo, la mancha blanca de su pelaje fue tomando lentamente la forma de una horca, lo que intensificó su espanto y su sensación de condena.

El odio se transformó en una verdadera obsesión, pero el recuerdo del crimen anterior le impedía agredir físicamente al nuevo gato. En cambio, su furia se dirigió hacia su esposa, que era víctima habitual de sus estallidos violentos. Un día, bajaron juntos al sótano de la casa donde vivían y el gato lo siguió. Cuando el animal casi lo hace caer por las escaleras, el narrador, fuera de sí, intentó matarlo con un hacha, pero su mujer lo impidió. Cegado por la ira, en lugar de atacar al gato, atacó a su esposa, matándola al instante.

Entonces ideó un plan para ocultar el cadáver: decidió emparedarlo en una de las murallas del sótano, como hacían los monjes medievales. Con cuidado y frialdad, desmontó una sección de ladrillos, colocó el cuerpo y volvió a levantar el muro con un acabado perfecto. Para su alivio, el gato había desaparecido. Durante los días siguientes se sintió casi eufórico: la policía había inspeccionado la casa sin hallar nada y el animal, que tanto lo atormentaba, parecía haberse ido para siempre.

Sin embargo, al cuarto día del crimen, la policía volvió. Registraron toda la casa nuevamente, incluyendo el sótano, y el narrador, confiado en la perfección de su crimen, los acompañó sin mostrar signos de nerviosismo. Incluso, en un arranque de arrogancia, golpeó con su bastón la pared donde yacía el cadáver, burlándose de la investigación. Pero ese gesto desató lo impensado: desde dentro de la pared surgió un alarido espeluznante, un lamento que combinaba horror y triunfo, inhumano, como si hubiera surgido de los abismos del infierno.

Los agentes, que en un primer momento se habían quedado paralizados, reaccionaron de inmediato. Derribaron la pared y, ante sus ojos, apareció el cadáver en estado de descomposición… Y sobre su cabeza, maullando con furia, estaba el gato. El narrador, cegado por la ira, lo había emparedado junto con el cuerpo de su esposa. Fue ese mismo animal, con su llanto, quien reveló el crimen y selló el destino del asesino.

Edgar Allan Poe – El gato negro

Análisis de personajes

El narrador, cuyo nombre nunca se menciona, es el protagonista de la historia. Se presenta a sí mismo como un hombre que, en su juventud, fue bondadoso, sensible y especialmente aficionado a los animales. Este rasgo inicial de ternura es esencial para comprender la magnitud de su declive. A medida que avanza el relato, el narrador admite que la bebida lo arrastró hacia una espiral de violencia, brutalidad e insensibilidad. Sin embargo, su transformación moral no se explica únicamente como efecto del alcohol, sino también como consecuencia de un impulso perverso, un deseo de hacer el mal por el mero hecho de hacerlo, que él mismo identifica como parte esencial de la naturaleza humana. Esta reflexión sobre la perversidad como impulso autodestructivo y primario convierte al personaje en una figura trágica, consciente de su hundimiento, pero incapaz de detenerlo.

Lo más inquietante del narrador es su ambigüedad. Es lúcido, articulado y parece ser consciente del horror de sus actos, pero al mismo tiempo es incapaz de sentir verdadero remordimiento o arrepentimiento duradero. Su narración mezcla racionalización, desvarío y autojustificación, lo que lo convierte en un narrador profundamente poco confiable. Esta falta de confiabilidad es clave para el clima de ambigüedad que envuelve todo el relato: el lector nunca sabe con certeza qué parte de los acontecimientos puede explicarse por causas naturales y qué parte obedece a lo sobrenatural o a su desequilibrio mental. Se trata de un personaje complejo y contradictorio que encarna los temas centrales de la historia: la culpa, la autodestrucción y el castigo inevitable.

La esposa del narrador es una figura secundaria, pero significativa. Apenas tiene voz propia en el relato, ya que todo está mediado por la perspectiva de su marido, pero su presencia marca un contraste constante con él. Al igual que él, ama a los animales y posee una ternura que nunca pierde, incluso cuando su esposo se vuelve irascible, cruel e impredecible. Ella representa la paciencia y la humanidad que el narrador ha perdido por completo. A pesar de ser víctima de violencia verbal y física, se mantiene a su lado sin quejarse y muere de manera abrupta y brutal al intentar impedir un acto más de crueldad. Su asesinato marca el punto de no retorno en la caída del narrador y su cuerpo emparedado se convierte en el símbolo más evidente del crimen oculto que acabará por revelarse.

Los gatos —Pluto primero y el segundo gato anónimo después— funcionan como símbolos inquietantes que parecen actuar como agentes del destino o del castigo moral. Pluto, el primer gato, representa el vínculo inicial del narrador con la ternura y la empatía, y su mutilación y posterior asesinato simbolizan la ruptura definitiva con esa parte de sí mismo. El segundo gato, casi idéntico al anterior, aparece como una especie de doble espectral, una figura que devuelve al narrador todo lo que ha intentado negar. Su persistencia, su semejanza con Pluto, la mancha blanca que acaba tomando la forma de una horca y, sobre todo, su aparición final encima del cadáver, lo convierten en un símbolo del castigo que se avecina. Este gato es, en cierto modo, la conciencia del narrador hecha carne: no lo abandona, sino que lo asfixia y finalmente lo delata.

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